Amor sincero

(Petición de Irina con las palabras clave: Caballo, corazón y viento. La verdad es de los que más me gustan hasta ahora, así que espero que a ti también. Un fuerte abrazo para alguien imprescindible en nuestros días.) Todas las tardes al salir de trabajar iba con un par de compañeros a tomar una cerveza. Pasaban un rato entre risas provocadas por las anécdotas de la tarea diaria, algunos comentarios sobre los compañeros y otras conversaciones con temas como fútbol, política, etc. Un día al salir de aquel bar, vio como la chica con la que hace unos días compartía miradas, salía tras ellos. Volvieron a compartir una mirada y una sonrisa cuando pasó al lado. El cuerpo se le estremeció al pensar lo bella que era y la complicidad silenciosa que compartían. Ese día no atendió a la despedida que siempre se daban en la entrada. Se quedó mirando como se alejaba y entraba en un picadero cercano. Tras la despedida, sus compañeros arrancaron sus coches y se alejaron. Él no lo arrancó, espero que se alejaran y se acercó hasta la cerca de las cuadras. Apoyó sus brazos y su barbilla en ella y miró como aquella chica cabalgaba en un hermoso caballo. Se quedó absorto al ver su pelo rojizo movido por el viento y la maestría con la que manejaba el animal. En su trance la chica pasó junto a él y paró: “ ¿Te gusta montar? ", él agitó la cabeza. “Sí, de pequeño montaba, me gustan los caballos ". Ella arreó la montura y mientras se alejaba: “ Si vinieras de vez en cuando podríamos montar juntos ". Él sonrió y le despidió con la mano. Fue a su casa con el pensamiento de acercarse a ella por medio de retomar una antigua afición. Al día siguiente, el mismo ritual, pero con final diferente. Le dijo a sus compañeros que se iba a montar tras su charla diaria y les contó su afición del pasado. Ellos le felicitaron no solo por recuperarla si no porque así haría algo de ejercicio, que le venía haciendo falta. Como todos los días se despidieron en la puerta, pero él no se marchó. Cogió de su coche una mochila con el atuendo adecuado, recién comprado. Habló con la encargada y tras el pago de unas cuotas le ofrecieron una yegua para montar. Él no tenía aún montura propia lo que le supuso un extra que pagar, le dio igual. Vivía solo en un apartamento y ganaba un buen dinero en su trabajo, ya era hora de que lo invirtiera en algo y porque no, en el amor. Se cambió y el mozo le llevó hasta su nueva compañera de andanzas. Era un animal dócil, inteligente y pacífico. Andaba ya dando unas vueltas en una de las zonas valladas cuando vio entrar a la chica en el recinto. Él se detuvo y la esperó: “ Buenas tardes “ , “ Buenas tardes, me llamo Laura “, “ Yo Gabriel, encantado ". Mientras trotaban charlaron de todo tipo de cosas menos de porque se dedicaban esas miradas y cual era el nivel de atracción que se procesaban. Así pasaron un par de semanas hasta que nuestro tímido y ya más que enamorado protagonista le invitó a salir. Ella aceptó sin pensarlo y él se sintió el hombre más feliz del mundo. Fueron a cenar y luego a tomar unas copas. Le acompañó a casa con sinceridad y sin ninguna pretensión, aunque lo deseara. Ella le sugirió tomar la última. Habría que pasar despacio y sin hacer ruido hasta su cuarto, ya que aún vivía con sus padres a pesar de sus cerca de treinta años. Él esperó pacientemente a que con sigilo consiguiera algo de licor y refresco para continuar la noche. Él siguió siendo simpático y ocurrente, con algún toque de piropo y alago. Ella rió y se divirtió como nunca y pasada una hora le miró con deseo. Él resopló obligado por su estomago contraído y ella se mordió el labio. Tras unas primeras escaramuzas decidieron vestirse de nuevo e ir a casa de Gabriel, donde podrían hacer ruido. La noche pasó entre el deseo y el anhelo compensado. Pasó el fin de semana con ella en su casa. Solo fueron por algo de ropa y accesorios a casa de los padres. Solo se molestaron en ir a por alcohol y coger el teléfono para solicitar comida a domicilio. Amor y pasión al máximo de su expresión, ayudado por la afinidad y complicidad que se profesaban. Pasaron varios meses y él sugirió la posibilidad de que fuera a vivir con él, recibió peros. Gabriel lo entendió, era demasiado pronto para tomar tal decisión. Su corazón enamorado era capaz de esperar hasta el final por disfrutar de su amada, no solo de algún fin de semana. Una mala noticia acompañó esos momentos colmados de felicidad. Su padre murió y acompañándole en el sentimiento, Laura le despidió en el aeropuerto. Eran momentos de gran dolor con su familia que paliaba con el recuerdo de ella. Pasadas dos semanas, después de arreglar todo con su madre y hermanos regresó. Fue directo al picadero nada más dejar las maletas en casa. Eran como las diez de las mañana y aunque sabía que Laura iba por las tardes, la imagen de aquel lugar y sus recuerdos le podrían sacar un poco de la tristeza que le inundaba. Todos los caballos de los jinetes que iban por la tarde se encontraban en el cercado. El apoyó sus brazos y su barbilla y se quedó mirando la hermosa escena, corrían y jugaban entre relinchos y brincos. Vio entre aquel cuadro una pareja que se besaba en la entrada de las cuadras. Reconoció a Laura con un joven regalándose cariño. La expresión le cambió y un gesto de rabia le infundía un efímero deseo de matar, pero se echó a llorar. Con su frente sobre la madera las lágrimas caían sobre la arena. Su carácter reflexivo le hizo calmarse y buscar un desenlace. Tendría que pedirle explicaciones, por lo menos para saber qué pasó. Dejaría de inmediato de montar, por lo menos allí. Sintió unos pasos que se acercaban y al levantar la cabeza vio un pelo negro y brillante que movía el viento. Ella se acercó hasta su altura y se arrimó a su brazo, él sonrió. Gabriel dejó de ir a aquel picadero. Sacó todos sus ahorros y se compró a aquella yegua negra, dócil e inteligente que le mostró su amor sincero.

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