Bolras Cap. 4º

A la mañana siguiente continuamos con las viviendas y el resto de las zonas comunes. Durante todo el día siguieron llegando paisanos, pero ya no del pueblo, si no de diferentes zonas de la región. Se corrió la voz como la espuma entre la gente de bien que no quería seguir siendo vasallos de un tirano y los descendientes de los antiguos moradores que ansiaban la independencia. En un par de días juntamos treinta viviendas, mas de cien personas, había que organizarse bien. Hubo que mover los corrales mas hacia el llano, la idea es que hicieran de parapeto, y las viviendas en el interior. Las atalayas naturales de roca ya no eran suficientes y se construyeron varias alrededor del perímetro. También se organizaron los oficios y obligaciones de cada persona y familia, nos reunimos para ello y no surgieron problemas. En los que había menos mano de obra pusimos a los adolescentes de aprendices para cubrir las necesidades, y todos quedaron contentos. No teníamos moneda ni comercio, todo era de todos, no había conflicto, y quien no estuviera de acuerdo podía irse. Para tener todo organizado decidimos una especie de escala de mando en la que mis cuatro amigos y yo, como emprendedores de esta aventura, fuimos elegidos sin debate como los dirigentes y primeros formadores del consejo de Bolras. “ ¡Soldados por el bosque! ”, nos situamos en nuestras posiciones esperando una carga, pero en la explanada solo entraron dos soldados y un chiquillo en un borrico: “ ¿Ferny estás por ahí? ” reconocí la voz enseguida. Cuando estuve reclutado para las guerras del norte hice muchos amigos, pero había uno en especial, también hijo de la región, que fue mi compañero y amigo durante meses. “ ¿Iván? ”, salí de mi escondrijo sin dejar de apuntar con mi arco, hasta estar seguro de lo que mis oídos no me engañaban. Cuando me acerqué un poco más, levanté la mano para que los demás supieran que no había peligro. Iván bajó del caballo y nos dimos un fuerte abrazo. “ Cuanto tiempo amigo, ¿a qué debemos tu visita?”. Iván cambió su sonrisa por un claro gesto de preocupación: “ Tenemos que hablar, las cosas se ponen serias ” . Me presentó a sus hijos y les indicamos que fueran a comer y beber algo al poblado. Llamé al consejo y nos reunimos en el árbol de Bolras. Les presenté a Iván y nos sentamos alrededor suya dispuestos a escuchar lo que nos tenía que decir. Iván era de Perímera, un pequeño castillo con un fuerte al noreste de la región, muy cerca de los acantilados, donde se une la montaña con el mar. Desde los doce años pertenecía al ejército, a muchos de nuestros paisanos no les quedó otra manera de ayudar a sus familias. “ Alguien les ha avisado de vuestras intenciones y situación, están preparando un pequeño ejército para terminar con el motín.” “ ¿Cómo te han dejado venir, tu perteneces a ese destacamento? " , dijo Korde extrañado. “ Hace tiempo que mi mujer murió y me tuve que hacer cargo de los niños”. Me levanté y puse mi mano sobre su espalda. “ El mayor como veis ya no necesita mis cuidados, es todo un hombre, el pequeño lo llevo a lugar seguro siempre que voy a alguna campaña. " Se supone que estoy en casa de mi hermana, pero he preferido traerlo aquí.” “ Pero si vienen en unos días a atacarnos ¿Por qué traes a tu hijo? ” Korde era precavido. “ Bien, ese es el segundo aviso que os tenía que dar. La mayor parte de los que conforman ese ejército son paisanos y están de nuestras parte, así que vendremos hasta aquí con el ejército y cuando todo empiece os ayudaremos a echarles, más seguro que aquí no estará.” Estuvimos varias horas hablando de la estrategia para ese momento. Tomó algo de víveres y agua y marchó con su hijo mayor camino de vuelta al fuerte. La rabia por la traición de alguno de los nuestros se mezcló con la alegría de saber que gran parte del ejército, los descendientes y herederos de los ancestros, estaban con nosotros. Reunimos a todo el mundo en el centro, en la plaza y les explicamos que iba a ocurrir y como debíamos reaccionar. Ahora nos tocaba prepararlo todo en un par de días, para empezar terminar con el resto de las estructuras defensivas. En la última llegada de exiliados vinieron un par de albañiles, hablamos con ellos para construir un pequeño muro en el perímetro. Tendría la altura justa para no poder ser saltado por un caballo y dispondría de pequeños huecos para lanzar nuestras flechas desde atrás. Ya quedaba poco por hacer en las viviendas así que casi todos ayudamos a recoger y acarrear las rocas del tamaño adecuado. Las distribuimos por la zona que marcaron y prepararon los albañiles, mientras el resto amasaba una especie de argamasa con el fango del fondo del lago y hierba seca del llano. Después de distribuir todo el material por el perímetro, tuvimos que mover las atalayas de madera varios metros para ponerlas junto al muro. Sin darnos cuenta, poco a poco, Bolras empezaba a crecer y se había convertido en uno de los poblados mas grandes de la región. De momento el consenso reinaba y la sensación de ser libres y nuestro orgullo de ser parte de este territorio sin nombre nos hacia más fuertes y nuestra convicción más firme. Pasados dos días el muro se terminó. Colocamos hogueras a su alrededor para que secara la mezcla y se fijara lo antes posible. Al llegar la noche ya estaba todo listo. La mitad de los hombres descansaban y la otra montaba guardia. Las mujeres, niños y ancianos descansaban en el almacén, para organizar la huida cuando todo empezara. Los hombres que descansaban ya dormían con sus armas y los de guardia hablaban con ellas. Solo nos faltaba el enemigo.

Soldado

Sacó la bayoneta del pecho de aquella mujer y volvió a cargar su arma. Su humanidad desapareció en la última guerra, en la que perdió a sus amigos y compañeros. Guerra tras la cual se dio cuenta que también perdió a su mujer, sus hijos y su familia por su perenne ausencia. Pensó en dejar el ejército, pero era lo único que tenía, no había nada más. Asomó el cañón de su fusil por el hueco del cristal roto de una ventana y empezó a disparar a todo lo que se movía, sin contemplaciones. Salió de la casa y caminó entre los cadáveres de mujeres, ancianos y niños, que quedaron amontonados en las entradas de sus casas. Sacó su revólver y deshizo la agonía de los que quedaban vivos. Le ordenaron avanzar, y aun habiendo perdido a todos sus compañeros el siguió las ordenes. Estaba muy cerca de su objetivo y se escondió en una alcantarilla a escuchar pasar los vehículos que seguramente le andaban buscando. Dos días entre las aguas pestilentes esperando su momento. Esa noche, la del segundo día, subió a un edificio cercano, abandonado y agujereado por los continuos bombardeos. Se instaló en la azotea, acoplo la mira telescópica en su rifle y se quedó varias horas mirando por el objetivo hacia el campamento enemigo situado a un kilómetro de allí. Hacía varios minutos que caía la lluvia sobre él, y su cuerpo a pesar del frío no tembló, no lo sentía, y cubrió el rifle con su chubasquero tapando también su cabeza. Era un magnifico tirador, un excepcional soldado, cargado de tenacidad y arrojo. Era el mejor en casi todo y fue condecorado en multitud de ocasiones por sus hazañas, pero a él no le importaba, hace tiempo que nada lo hacía, solo desempeñaba su trabajo. Unos minutos después por fin su objetivo, reconoció las facciones de su cara y las estrellas de su hombro, En pocos segundos tres disparos, dos en la cara y uno en el cuello. Lanzo el arma por el hueco vacío del ascensor y empezó a bajar las escaleras lo más rápido que podía. Antes de salir a la calle sacó de nuevo su revólver y tomó a la fuerza un coche, matando a los que lo ocupaban y arrojándolos al suelo. Se alejó a toda velocidad del lugar y antes de llegar a la base una rueda estallo, perdió el control del vehículo y todo se oscureció. Despertó entre tubos, pitidos y enfermeras. Palpó por debajo de su cintura y vio que aún tenía las piernas aunque no las sentía. Unos días después, sobre su silla con ruedas fue condecorado y retirado del servicio, de su única vida. Hacía tiempo que no sentía nada, ni amor, ni rencor, ni remordimiento, pero le quitaron su razón y perdió la otra. Al llegar a su casa metió la medalla en un cajón repleto de ellas, y el diploma en una mohosa carpeta de cartón de la que sacó una foto de su mujer y sus dos hijos, pero no sintió nada otra vez. Hizo una bola con ella y la lanzó a la papelera, se fueron de su vida y no volverían, sus padres murieron y su hermano al igual que su mujer desapareció hace tiempo por sus continuas ausencias. Cogió por última vez su revólver, lo cargó y lo besó. Le dio las gracias por estar siempre a su lado y lo usó para terminar con su vacía vida. (Dedicado a Sandra.)

Rojo pasión.

“A trabajar”. Eso dijo mientras colgaba el teléfono. Hizo una pequeña maleta de color rojo con lo necesario para un día. Una muda de ropa cómoda completa, unos vaqueros, una camiseta, ropa interior y unas zapatillas, también sus cámaras de fotos y su portatil en otro maletin. Sacó de su armario un elegante traje y una impoluta camisa blanca, las puso sobre la cama y se metió en la ducha. Le gustaba mientras lo hacía ir quitando poco a poco el agua fría hasta casi achicharrarse y se miraba al espejo con su cuerpo casi quemado y rojizo. Se vistió lentamente, aún había tiempo para coger el avión. Eligió una corbata roja con pequeñas impresiones azules, la apretó bien y echo el flequillo hacia atrás. “Vamos”. Asió la maleta y mientras esperaba al ascensor pidió un taxi desde su teléfono móvil. En la entrada del edificio encendió un cigarrillo y pensaba como lo haría esta vez. El taxi no tardó mucho en llegar y unos minutos estaba en el aeropuerto. Tomó una copa de vino tinto esperando el embarque y vio una mujer joven con su hijo, regalando a los que les rodeaban un involuntario espectáculo de ternura y amor. Sacó su cámara e hizo varias fotos del momento sin que se dieran cuenta, “Así es como se consiguen las mejores fotos”. Se acercó a la mujer y le informo de lo que había hecho y le entrego una tarjeta, a ella no le pareció mal y quedo en llamarle para hablar de ello. Tocaba subir al avión camino del trabajo. El viaje no duró mucho, apenas dos horas. Tomó otro taxi en la entrada, en esta ciudad son anaranjados, y le pidió que le llevara a la dirección del encargo. Era una casa a las afueras, a varios kilómetros de la ciudad. Se quedó mirando por la ventanilla desde el asiento trasero del vehículo, contemplando los prados plagados de amapolas, que lo convertían en una inmensa moqueta color rojo, que llegaba hasta el horizonte. Sacó de nuevo su cámara, bajo la ventanilla y pidió amablemente al taxista que fuera mas despacio. Hizo varias fotos mientras llegaban al lugar. La entrada de la residencia era una enorme puerta de hierro forjado, sujeta por dos columnas de piedra de granito que daban salida a el gran muro del mismo material, que daba la vuelta a la finca. Llamó al telefonillo y respondió una mujer. “Hola, ¿Quién es?”. “Soy el fotógrafo enviado por su marido”. “Bien le estaba esperando”. El portalón se abrió y despidió al taxista. El camino asfaltado que iba a la casa estaba rodeado de jardines, con flores de todos los colores y grandes árboles frutales en plena eclosión de hermosura. La cámara, la cual dejó ya colgada de su cuello no paraba de emitir destellos, la cogió con su mano derecha mientras tiraba de la maleta con la otra, todo le parecía digno de una postal. “Ya entiendo por que me pagan tan generosamente este trabajo.” Eso dijo cuando giro el objetivo y vio la enorme casa de fachada bermellón y los cuatro prunos, dos a cada lado del porche y que combinaban en color y majestuosidad con la vivienda. En la gran puerta de madera doble esperaba una mujer, el objeto de su visita. Era una mujer de mediana edad, pero bien conservada, muy atractiva. Se saludaron cordialmente y le invito a pasar. Le acompañó a través de la recepción hasta el salón. Lo presidia una chimenea barroca y una decoración recargada que le hizo fruncir el ceño. “¿Lo hacemos aquí?” Pregunto ella. “Prefería un lugar mas intimo, teniendo en cuenta la petición que me hicieron”. Ella sonrió picara, y le indico con la mano que le siguiera. Subieron las escaleras hasta el dormitorio principal. Esta estancia le gusto mucho más. “Me voy a preparar”. Le guiño el ojo mientras entraba en el vestidor, el saco la otra el resto del equipo y se despojó de la chaqueta. Ella hizo un autentico pase de modelos con toda clase de lencería, camisones y picardias, el no paró de fotografiarla en todo tipo de posturas. Una de las veces salió con un conjunto rojo con una bata de encaje rojo y quito la cámara de su cara. “¡Ese es!”. Se acercó a ella y la acarició. Ella que hace rato se encontraba excitada por la situación y el apuesto fotógrafo, y se mordió el labio. El empezó a tomar instantáneas de sus gestos mientras ella le aflojaba la corbata. Le quitó uno a uno los botones de la camisa. Le arrastro hasta la cama, se lanzo sobre él y le quito la cámara de la cara. Fue besando su boca, su pecho, poco a poco bajando hasta llegar a su entrepierna Le feló con ansia, su marido ya no albergaba tal potencia. Sin remordimiento, ya lo hizo más veces. Tras unos gemidos se puso sobre él y ayudada de su mano derecha la potencia hizo suya. Se lo hizo todo el tiempo, era insaciable, él no tuvo ni que moverse. Pero quería dominar también y cogiéndola de los hombros la dio la vuelta y la dominó. Luego la pulso de espaldas y la empezó a sodomizar. Ella gemía de placer y el agarro fuerte el gato egipcio de bronce que había en la mesilla y le golpeo la cabeza hasta que eyaculó. Soltó el gato ensangrentado y cogió la cámara. Hizo una foto de la mujer, la paso a un lápiz desde el ordenador y borro todas las huellas electrónicas. Cogió la maleta y fue al baño a ducharse. Se puso los baqueros y la camiseta, se afeitó la cara y rasuró su pelo. Limpió todo bien, incluso el cuerpo de la mujer. Metió el gato en la maleta junto a toda la ropa que llevaba, joyas y dinero que encontró, y se marcho. Antes de llegar, un par de kilómetros mas adelante, vio un puente sobre un río caudaloso. Fue caminando hasta él y lanzo la maleta. "Que paisaje tan bonito". Sacó de nuevo su cámara........ Encantado por el material conseguido y liberado del peso de la maleta, no tardo en llegar a una gasolinera en la que tomó un taxi. En la puerta del aeropuerto le esperaban. Un señor de pelo cano y escolta personal que le entrego un maletín a cambio del lápiz electrónico. Tras verificarlo en su táblet le dio la mano y se marcho. Sentado en su espacioso asiento de primera categoría en el avión de vuelta, con el portátil sobre las piernas, visionaba una y otra vez la sesión con la señora con un filtro rojo. Sonreía y pensaba que de una u otra manera se dedicaba a lo que le gustaba. "Y soy bueno, me encanta mi trabajo". ( Para Raquel Villaverde)

Latente

Se puso frente a ella y dijo que la quería mirándola a los ojos. Ella se estremeció, mientras él metía sus dedos entre su pelo apartándolo de la cara. Acerco sus labios a los suyos y la comparó con las cosas más maravillosas y los sentimientos más profundos. Ella cerró sus ojos, su corazón se lo ordenó. Hicieron el amor con caricias, y vieron el amanecer abrazados. Al despertar ella le quiso complacer y lo hizo hasta la humillación, el la volvió a mirar a los ojos y a quitarle el pelo de la cara, mientras hundía su otra mano en el pecho de ella. Sacó su corazón aún latente y ella solo pudo soltar una lagrima. Esta vez no hubo amor, ni besos, ni caricias, solo una mujer llorando y preguntándose porque le dijo en su éxtasis irracional y pasional, que su corazón era suyo, que se lo quedara. (Para Bella Diánez)

Nací para esto.

Desde muy pequeños jugábamos en aquella pradera verde y fresca. Eramos felices junto a nuestros primos y vecinos, siempre bajo la atenta mirada de nuestras madres. Que tardes pasamos corriendo, saltando y revolcándonos por la hierba. Las noches dormíamos todos juntos, que divertido fue aquel verano, que fácil es todo cuando eres niño. Pero todos crecemos, nosotros más rápido de lo normal. Con nuestra adolescencia toco dejar la diversión y cumplir nuestra obligación en la vida. Llegó el final del asueto y de nuestra infancia, cada uno debía tomar su camino. Desde que nací viví en el campo y ahora me subo en el transporte camino de la ciudad. Tengo miedo, igual que muchos otros que nunca salieron de su zona rural, de sus pequeños pueblos y granjas. En unas pocas horas ya estábamos listos para desempeñar nuestras funciones, variadas, así seríamos más útiles. Estuve en alimentación y casquería en aquel centro comercial, también entre los embutidos, pero lo que mas me gustó fue la sección de moda. Allí me mezcle con las mejores firmas, y me sentí valorada de verdad. Hermosos bolsos y zapatos, pantalones y chaquetas formaban parte de mi. Fue muy especial, tanto miedo y tan satisfecha ahora que me veo metida en parte, en el mundo de la alta costura. Fíjate mi prima con lo hermosa que era, y entre las alfombras que está, o su hermano en la sección de muebles. Solo me pregunto a veces, si me hubiera quedado en el campo con mi bella madre, como serían de grandes y fuertes aquellos pequeños cuernecitos. (Para Ioana Pricop)

Décima a décima.

No creo que todo esto tenga que ver con la crisis, eso hace poco que lo tenemos. Yo quiero ir más lejos en el tiempo, cuando mi padre mantenía de sobra a su mujer y seis hijos con solo un sueldo, pasando por casa primos, amigos, vecinos, etc. A nadie le faltó nunca un plato de comida ni una cobija para dormir. Poco a poco nos han ido comiendo el terreno, me refiero a la burguesía y su ansia de poder y dinero, y el poco sentido de sociabilidad y solidaridad que la mayoría de ellos tienen, con la inestimable ayuda de nuestros moralmente dudosos mandatarios. Desde aquella época que relato entre los setenta y ochenta del siglo XX, a pizcas, poco a poco, décima a décima, han conseguido que nuestra vida sea trabajar y poco más, y no solo uno de los integrantes de la familia, con eso no basta, dos e incluso más. Me dicen que si las nuevas tecnologías, que si la sociedad consumista, que si...... No nos engañen más por favor, si ahora en este instante hace cinco años que no me suben el sueldo con la escusa de la crisis, no han parado de subir los servicios y materias primas, en años anteriores nunca subieron los sueldos lo mismo que los precios, poco a poco, décima a décima. Si se está pagando a nuevas contrataciones lo mismo que ganaba mi padre en los ochenta es normal que esto no funcione. Señores empresarios, si ustedes no le dan la posibilidad a sus empleados de consumir, ¿Quien pretenden que les compren sus productos? Bueno, siempre pueden intercambiar cromos mientras sus beneficios siguen subiendo a costa de reducir los salarios y aumentar las horas de trabajo. Esto es un atraso señores, pero todo tiene su limite, incluso la paciencia de sus empleados. No se duerman sobre sus montones de billetes por que les recuerdo que aún los proletarios podemos elegir a nuestros mandatarios, si, sufragio universal ¿Que fastidio eh?. Todo acabara estallando y su maravillosa burbuja que pasa por encima de todos los demás se romperá, porque a no ser que se inventen un mundo solo para ustedes, nosotros también estamos aquí. Sinceramente espero que venga alguien que les ponga en su sitio, que no es más que junto al resto de ciudadanos y sabiendo que sus empleados no son números si no personas con más obligaciones que cumplir con ustedes. Espero que si alguno de estos personajes antisociales, egoístas y avariciosos lea esto vuelva a ser persona y a alguno de sus amigos antisociales, egoístas y avariciosos se lo trasmita, ya que esa nombrada paciencia está en las ultimas y la necesidad de la gente cada vez es mayor. (Esto está dedicado a todos los que así actúan, sean conscientes o no de ello. Petición de Javier Ortega.)

Méritos

Sintió una mano acariciándole la espalda, fue lo que le despertó. El día anterior estuvo de celebración en casa de un amigo, y su borrachera aún latente aunque agonizante le tenía mareado. Sin abrir los ojos recordó una hermosa muchacha con la que mantuvo varias conversaciones agradables y un par de miradas cómplices. Abrió los ojos en su posición boca abajo y vio ropa interior femenina mezclada con la suya. Sonrió y luego se lamentó de no recordar nada. Se dio la vuelta pero no vio a nadie, escucho la ducha encendida y vio salir vapor de agua por la puerta entre abierta. Se levantó sigilosamente para ver quién era, quien se encontraba allí, pero antes de que llegara la puerta se cerró y pocos segundos después empezó a salir música a volumen alto de la radio que tenía allí. “Hola, ¡Hola! ¿Hola?” Nadie respondió. Al levantarse una racha de fuertes pinchazos de dolor le machacaban la nuca. Se dirigió a la cocina y abrió la nevera buscando algo para el dolor de cabeza. Vio una lata de cerveza a medias que dejó ayer y se la bebió de un trago. Echo una rápida mirada al interior y se dio cuenta que no tenía nada que ofrecerle de desayuno a su misteriosa compañera de sabanas. Corrió a la habitación, se puso un chándal y unas zapatillas y salió a la calle. A dos manzanas de su casa estaba el churrero, caminó deprisa, tardaba menos andando que teniendo que sacar el coche del garaje, si es que se encontraba allí pues no recordaba donde lo aparcó. Al llegar no había mucha cola, pero tuvo que esperar a que saliera otra remesa de churros. Una docena y medio litro de chocolate calentito. La cerveza ya hizo efecto y el dolor le desapareció, aunque su borrachera cobró vida. Mientras regresaba vio una mujer salir del portal y meterse directamente en un taxi que se perdió entre el tráfico. Cuando llegó a su apartamento silencio, la ropa interior de mujer había desaparecido, en el baño solo paredes y espejo estaban empañados. Aquella mujer que salió con el taxi, ¿Sería ella?. La figura que pudo ver a lo lejos no le era familiar, era esbelta y alta, el pelo largo y rizado, no tenía casi nada que ver con la chica de la fiesta, de la cual no recordaba ni el nombre, solo tenía vagos recuerdos difuminados por la marihuana y la ginebra. Encendió la tele en el salón, e intento relajarse desayunando solo el chocolate y los churros. Pero no le puso atención, hacia esfuerzos para capturar recuerdos de lo ocurrido. El desconocimiento le produjo una ligera angustia que se mezclaba con su orgullo masculino hinchado por su conquista. Terminó su desayuno y al llegar a la cocina vio una nota sobre la encimera que decía: “Imaginaba que no iba en serio, pero no que te fueras corriendo.” No había firma ni nombre, ninguna referencia más que una letra cursiva y redondeada. Dobló la nota y le metió en su cartera, era la única pista que tenía y él nunca dijo que no fuera en serio. Hacía años que no se le conocía pareja medio formal, pero él si tenía ganas de asentar la cabeza a sus más de treinta años, quería encontrar a esa mujer e invitarle a una cena y conocerse mejor. Llamó a su amigo, al de la fiesta y no le pudo decir nada, mucho antes de que él se fuera se echó a dormir. Intento hablar con todos los que esa noche estuvieron y disponía de sus teléfonos, pero no saco nada en claro. Era medio día y hace un rato que terminó de desayunar, se tumbó en el sofá y se quedó viendo la tele hasta que le entraran ganas de hacer algo. A los poco minutos se volvió a dormir. Se despertó llegando la media noche, con un hambre de lobo y la boca totalmente seca. Ceno una lata de pasta, de las de en diez minutos y preparó la ropa para darse una ducha. Se levantó sin preocupación sobre la misteriosa chica, pero al entrar en la ducha vio algunos pelos largos y rizados de color rojizo, como la que salió por la mañana de su portal. Otra vez a pensar e intentar visualizar algo de lo pasado. Se puso su pijama y entro en la cama. Se volvió sobre en el lado que estuvo ella y olisqueó en busca de una pista más, otra señal que le ayudara a desentrañar el misterio. Un leve aroma de un perfume que le resultaba familiar, pero que no era capaz de ubicar. Puso el despertador y apago las luces, mañana es lunes y hay que trabajar. Despertó antes, así lo tenía preparado ya que no verificó si su coche se encontraba en el garaje, pero tuvo suerte, allí estaba. Llegó al trabajo tranquilo y relajado, deseando hablar con los compañeros que estuvieron en la fiesta. Notó miradas extrañas y alguna que otra risa. Relaciono aquello con su misteriosa acompañante, pero no se atrevió a preguntar el porqué. Llego a su puesto y allí estaba su amigo, el anfitrión, le recibió con una amplia sonrisa. “Que pasa galán”. Los de alrededor rieron y se sonrieron, “Me tienes que decir como lo hiciste”. Más extrañado que antes, pero respondiendo con una sonrisa dijo. “Me hablas de la fiesta, ¿No?” “Si claro (risas) menudo crack” En ese momento entro una chica de recursos humanos. “¿José Manuel?”. Preguntó. “Si soy yo.” Levanto la mano y la señorita se acercó a su mesa con una carpeta en la mano. Sacó unos papeles y le pidió que los leyera. Era el traslado que tanto deseaba y que tantos otros también. Lo firmó casi sin pensar, le suponía además una subida de puesto y por ende de sueldo. Empezó a recoger sus cosas, mientras sus amigos le felicitaban, aunque vio como otros le miraban con odio y cuchicheaban. “Estarán rabiosos por mi ascenso, estaba claro que mis informes eran mejores, me lo merecía más.” “Si te lo has merecido amigo. (risas)” En el ascensor que le llevaba a su puesto seis plantas más arriba, pensó en la responsabilidad de aquel trabajo. Estaría codo con codo con los jefes, muy cerca de la toma de decisiones y lo hizo sin pelotear ni arrastrarse, por su mérito. Estaba emocionado cuando se abrió el ascensor y entró por primera vez en su nuevo departamento. Ya tenía asignada la oficina y fue directo hasta ella, repartiendo saludos y sonrisas a todo el que se cruzaba. Era pequeña pero acogedora, coloco sus cosas y ajusto su silla. Se reclino todo lo atrás que pudo y apoyó los pies sobre la mesa. “Tengo que ir a presentarme a los jefes y que me empiecen a dar tarea.” Preguntó a un compañero donde se encontraba el despecho del responsable del departamento. Llamó a la puerta y se abrió pestillo con un dispositivo remoto, como los portales. Al abrir la puerta lo primero fue el olor a perfume y al mirar hacia el despacho vio una hermosa mujer, una autentica diosa de pelo largo, rojizo y rizada. Fue hacia el sin pensarlo, le tiró sobre el sofá y le quito uno a uno los botones de la camisa. “Pues sí que hice méritos”.

Bolras Cap. 3º

Nos levantamos y unimos las manos en el centro, sobre los restos de la hoguera, y nos conjuramos para que aquel lugar fuera nuestro hogar. El resto de la expedición ya estaba empezando a preparar el campamento, de momento solo vaciando los carros y organizando el trabajo. Los hombres empezamos a recoger madera para hacer las estructuras. Lo primero sería los corrales, las gallinas y los patos iban en uno de los carros y el resto de los animales venían atados a los mismos, los perros los custodiaban. Los corrales se colocarían en la parte exterior del poblado, a modo de parapeto por si recibíamos algún ataque. Las cabañas entre estos y el lago, y con salida fácil hacia las montañas y refugios. Tras los corrales hicimos un almacén que haría las veces de obrador, taller, etc. También un sistema de poleas y canales para que el agua llegara hasta el centro donde la recogeríamos, estábamos preparando el poblado para que fuera permanente, aún a riesgo de perder todo en un ataque enemigo apoyados por la creciente confianza en nuestra defensa. La primera noche dormiríamos todos en el almacén, no daba tiempo a continuar con las viviendas. Organizamos las guardias, las haríamos en pareja para cubrir los pasos de montaña y la explanada. Esa noche sacrificamos un cordero, todos trabajamos duro y estábamos cansados, hambrientos y deseosos de celebrar nuestra independencia. Además mañana sería un día duro y había que reponer fuerzas y subir la moral de todos. La noche pasó sin incidencias y con la primera luz de la mañana empezamos a trabajar. Los hombres seguimos con las viviendas, mientras mujeres y niños empezaron a preparar la tierra para sembrar, la explanada era amplia y llana, con un ligero ascenso según se acercaba al bosque. Al llegar la tarde ya teníamos la tierra preparada y sembrada y las viviendas casi también. Al parar un momento para beber y recuperarnos, escuchamos carros y voces que procedían del bosque. Rápido soltamos las herramientas y cogimos nuestras armas, Korde, Sefy y Tony subieron a una de las atalayas con sus arcos, Jolu y yo corrimos hacia la entrada del bosque también armados con los arcos, y el resto de los hombres quedaron tras los corrales con sus espadas y dagas, ancianos y adolescentes incluidos. Mujeres y niños ya sabían que hacer, ya estaba todo planificado esperando que nos visitaran, fueron directos a la entrada de la cueva bajo la cascada. Esperamos todos en silencio a que se acercaran, mientras el humo de las hogueras les llevarían directos al punto en el que serían blanco fácil de nuestras flechas. Los sonidos de las ruedas sobre las rocas, los relinchos de los caballos y el golpeo de lo que parecían unas cazuelas colgadas nos iban dando la posición, ya estaban cerca. Una curva en el camino nos daba ventaja, en cuanto aparecieran serían un objetivo sencillo para nuestros arcos. Dos bueyes lentos y pesados abrían la comitiva, tensamos las cuerdas esperando que aparecieran. “ ¡Sé que estáis escondidos, os conozco muy bien! ” , nos relajamos y salimos al camino. “ Cómo tú por aquí, pensé que quedarías en el pueblo ” , se trataba del cantinero Jun, venía con su esposa y sus dos hijos, que eran grandes y fuertes como robles. “ No me iba a quedar allí sin mis mejores clientes”. Nos abrazamos fuerte y golpeamos nuestras espaldas con nuestros puños: “ Bienvenidos ”. Subimos con él al carro mientras nos contaba lo que la gente nos echaban de menos, y que seguramente vinieran más familias detrás. También nos juró que no le había dicho a nadie nuestra ubicación, solo los que ya conocían el camino y el lugar vendrían. Esa era buena noticia, los que sabían dónde estábamos eran en su mayoría expertos cazadores que manejaban muy bien todo tipo de armas y descendientes todos de los antiguos habitantes. Eso nos daba más posibilidades de triunfar si teníamos que defendernos del Rey. Traía uno de los carros con los toneles y barriles de la cantina, con vino y cerveza y ese curioso licor que hacía con las moras y su gran habilidad para destilar. Esa noche les daríamos la bienvenida y de paso terminaríamos la celebración de ayer mojados en alcohol. Nadie siguió trabajando esa tarde, y las pocas horas que quedaban para la noche las pasamos reunidos contando historias e intentado relajarnos de las tensiones de los últimos días. Antes de que llegara la noche, poco a poco fueron llegando más ciudadanos que no querían seguir siendo vasallos, y si hombres libres. Cada vez éramos más, y nuestra esperanza de llevar nuestro sueño a buen puerto era más factible. A altas horas de la madrugada, fuimos todos los hombres al árbol de Bolras e hicimos a los nuevos repetir el juramento. No hubo ninguna protesta ni condición, todos convencidos del proyecto y de defender nuestra libertad hasta la muerte. Relevamos a los chicos que pusimos como primera guardia y el resto fue a descansar, mañana otro día de trabajo intenso para crear nuestro pequeño y peligroso paraíso.

Mis momentos

Caminé con los pies descalzos en la arena la arena tibia de la madrugada. La pequeña playa entre dos enormes acantilados y la soledad reinante, conseguían en mi una sensación de seguridad y relajación extraños en mi cotidiana vida de urbanita. Esta noche estuve mirando al cielo, contando estrellas. Se podían ver todas, era emocionante, solo acompañado como ahora por el ruido de las olas que mueren o se estrellan contras las rocas y las conversaciones histéricas de las gaviotas. Aquí en esta pequeña cala, donde ayer recogía conchas y caracolas, donde encontré hermosos pedazos de cuarzo y otro minerales, y donde pasaron las horas sin prisa, pero más aprisa que nunca. Este lugar que durante unos días me ha regalado su paz, y yo no le pague con prisas, me ofrendó con su belleza y yo la contemplé, donde olvidé mis preocupaciones y ella me ayudo siendo ella misma. No pierdo de vista el reloj, en unos minutos saldrá el sol y será mi despedida. Me siento sobre una roca, la única que no era parte de la arena, allí en medio de todo, con su moldeada y suave figura, acariciando las olas que parecía que la esquivaban sin quererla erosionar. Miré al horizonte, los primeros rojos y naranjas asoman. El reflejo de la luna va desapareciendo a medida que estos se van aclarando, acercándose al amarillo. Allí esta, unos segundos mas para poder verle, antes de que mis ojos no puedan más. Bajo la vista y me levanto. Vuelvo por la arena con la luz, parece otro lugar. Llego a las escaleras que me sacan del paraíso y suspiro. Debo centrarme de nuevo en mi vida y agradecer como hago siempre a mi mujer, mis cuatro hijos, mis padres, mis hermanos, mis jefes y compañeros de trabajo y a todos los que durante unos días no supieron de mi, por respetar estos espacios de estar conmigo, que es con el único que no estoy en todo el año. Vuelvo con las pilas cargadas no os defraudaré. (Todos necesitamos nuestros momentos, tenerlos y respetarlos, un saludo.)

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